¿Qué es África?

Por Sergio Galiana*

¿Por qué llamamos “África” a África? ¿Qué es en realidad ese continente? ¿Qué nos enseña su experiencia?

Mitologías

Cuando en general se habla de África, las representaciones asociadas son diversas, pero en su gran mayoría las podemos agrupar en dos grandes categorías: las que remiten a una naturaleza pródiga con grandes desiertos, selvas vírgenes y peligrosos animales salvajes y las que refieren a sociedades embrutecidas por guerras tribales, dictaduras o hambrunas. En general, todas estas imágenes comparten una idea: que África es una. Que esa exuberancia se reparte en forma generosa y más o menos uniforme por todo el continente, constituyendo una suerte de esencia africana que define su identidad.

El problema de estas representaciones no es que sean falsas o prejuiciosas -todos nos acercamos a lo desconocido a partir de prejuicios- sino que nos dificultan enormemente el conocimiento de eso que llamamos “África”.

Las dos representaciones occidentales clásicas de África: naturaleza pródiga y tribus
Las dos representaciones occidentales clásicas de África: naturaleza pródiga y tribus embrutecidas por hambrunas

En primer lugar, al anclar esas imágenes a un registro atemporal se excluye a las sociedades africanas de la historia: sólo entrarían en ella a partir del contacto con otras sociedades. Desde esta perspectiva, la esclavización de millones de africanos y su traslado a América a lo largo de 350 años fue beneficiosa para éstos porque de esa manera pudieron acceder a la civilización occidental, especialmente al cristianismo.

El colonialismo iniciado a fines de siglo XIX encontraría su justificación en tanto misión civilizadora, dándole la razón al famoso dicho de Hegel de acuerdo con el cual: “África es la tierra de la niñez, apartada de la luz de la Historia consciente y envuelta en el negro manto de la noche” .

Esta perspectiva encuentra su correlato en el análisis de las sociedades africanas contemporáneas, que suele considerarlas incapaces de tomar iniciativas tendientes a transformar sus realidades, ya sea por su incapacidad innata o como resultado de la herencia de la trata esclavista y el colonialismo. Así, necesitarían de la “tutela” de quienes sí saben lo que es bueno para ellas: los países occidentales, sus agencias para el desarrollo y sus organizaciones no gubernamentales.

En segundo lugar, el otro problema de la construcción de África como un todo más o menos homogéneo es que oculta su gran diversidad: con 54 miembros de las Naciones Unidas, es el continente con mayor cantidad de países del globo. Esta división política es heredera directa de la colonización europea, ya que los límites territoriales fueron fijados por las metrópolis entre la década de 1890 y comienzos del siglo XX y sólo un puñado de Estados puede remontar su existencia al período precolonial. Sin embargo, los conflictos interestatales fueron prácticamente inexistentes a lo largo de la historia reciente africana.

En términos culturales, esa diversidad es aún mayor: en el continente se hablan más de 1.700 idiomas (autóctonos y originarias de Europa y Asia) y en la gran mayoría de los países del África al sur del Sahara coexisten el cristianismo, el islam y las religiones autóctonas, con lo que no existen Estados culturalmente homogéneos. Sólo cinco países tienen una religión sostenida por el estado y más de veinte reconocen más de un idioma oficial.

Shakira intenta explicar (infructuosamente) lo que es África
Shakira intenta explicar (infructuosamente) lo que es África

El carácter multicultural de las sociedades africanas contemporáneas no es el resultado de la reciente creación de estados “artificiales” dentro de límites arbitrarios fijados en las capitales europeas (las independencias africanas se produjeron mayormente entre 1960 y 1975), sino que responde a las lógicas de construcción social y política que podemos encontrar ya en los grandes estados africanos del siglo XIV como el imperio de Mali en África occidental o el reino Mutapa en África austral.

La “unidad africana” y el proyecto de Blyden

De hecho, la idea de que África es una o que pese a su diversidad puede reconocerse una unidad continental es algo construido desde fuera: África es el nombre que los romanos dieron a la región de Cartago (actual Túnez), pero no existe una palabra en ningún idioma africano que se utilice para designar a todo el continente.

Si esa unidad fue construida desde fuera del continente, no fueron únicamente los europeos quienes llevaron adelante esa operación: a mediados del siglo XIX, cuando el racismo desarrollaba su pretensión científica, intelectuales africanos o afroamericanos participaron de esos debates para refutar la pretendida inferioridad de la raza negra.

Edward W. Blyden (1832-1912), un afroamericano nacido en las entonces Antillas danesas, fue uno de los primeros en desarrollar la teoría acerca de una “personalidad africana” presente en las poblaciones de origen africano a ambos lados del Atlántico pero que sólo podría desarrollarse en África, ya que en América la institución de la esclavitud y el racismo que organizaba a las sociedades americanas impedían la plena expresión de las características de la “raza”.

Es que la raza, asociada en América a la esclavitud, era una experiencia común de explotación que en algún punto disolvía las identidades culturales previas de los sujetos esclavizados, por lo que permitía construir una identidad común basada en el color de piel.

La racialización de las sociedades americanas dominadas por los blancos convenció a Blyden de que, para realizarse plenamente, los afroamericanos -a quienes llamaba exiliados- debían “regresar a África” y él mismo tuvo una activa participación en los asentamientos fundados por ingleses y norteamericanos en las costas del África occidental a lo largo de la primera mitad del siglo XIX (Sierra Leona, Liberia, Costa de Oro y Lagos).

Entre sus objetivos principales estaba la “descolonización espiritual” de los negros, para lo cual era indispensable reivindicar las civilizaciones africanas del pasado, como el Egipto de los faraones o el reino cristiano de Etiopía. “Un verdadero respeto por el pasado -una toma de conciencia de la verdadera historia nacional- no es solo una fuerza que nos compromete sino que tiene además un efecto estimulante ya que modela y garantiza la pervivencia y el crecimiento futuros”, dijo en 1887.

De esta manera Blyden buscó construir un vínculo entre las poblaciones afroamericanas y las africanas a través de la reivindicación de un pasado glorioso y la promesa de un futuro común, nacional, aunque esa comunidad imaginada remitía fundamentalmente a la “raza negra” -es decir a las poblaciones del África subsahariana- mientras que la inclusión de las poblaciones arabizadas del norte del continente era más ambigua.

El panafricanismo

Esta idea fue uno de los pilares del panafricanismo, movimiento que comenzó a gestarse a fines del siglo XIX entre intelectuales y activistas afroamericanos y africanos y que tuvo su primera expresión institucional en la creación de la Asociación Africana en Londres en 1897 y la celebración del primer Congreso Panafricano en esa misma ciudad, celebrado en 1900.

Los principales líderes del panafricanismo entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX fueron afroamericanos originarios de los Estados Unidos y de las colonias británicas del Caribe -las llamadas Indias occidentales-, como el norteamericano W.E.B. du Bois (1868-1963) y el trinitense Henry Sylvester Williams (1869-1911).

Africa colonial en 1913
Africa colonial en 1913

En un contexto internacional signado por el reparto de África entre un puñado de potencias europeas, la mayoría de los panafricanistas ya no pregonaban el regreso a África de los afroamericanos sino que reclamaban el reconocimiento de derechos para las poblaciones de origen africano tanto en las colonias (de África y el Caribe) como en los Estados Unidos.

Asimismo, estos activistas desplegaron una intensa labor revindicando la historia y la cultura africanas a ambos lados del Atlántico a través de movimientos como el Renacimiento de Harlem a partir de la década de 1920 o la négritude en el ámbito francófono -donde se destacaron Léopold Sedar Senghor de Senegal, Aimé Césaire de Martinica y Léon-Gontran Damas de Guyana- en la década siguiente.

La emergencia de una nueva generación de intelectuales africanos surgidos de la experiencia colonial, formados en instituciones occidentales, abrió nuevas posibilidad para un diálogo fructífero. Este se plasmaría en el Congreso Panafricano celebrado en Manchester en 1945, donde una nueva generación de intelectuales y activistas africanos tomó el liderazgo del movimiento y lo convirtió en una herramienta para organizar la lucha contra la dominación colonial.

A partir de este momento el panafricanismo comenzó a definir el contorno político de África, extendiéndolo a todo el continente para incluir a los territorios del norte desde Marruecos hasta Egipto, al tiempo que retomaba el concepto de diáspora para referirse a las poblaciones afroamericanas.

Así, en la inmediata segunda posguerra, las diferentes organizaciones políticas africanas organizadas en los marcos territoriales definidos por las potencias coloniales combinaron sus reclamos locales por la ampliación de derechos con la articulación de esas reivindicaciones a nivel continental.

Kwame Nkrumah lideró la independencia de Ghana (antigua colonia británica de Costa de Oro)
Kwame Nkrumah lideró la independencia de Ghana (antigua colonia británica de Costa de Oro)

Seguramente la figura más relevante en este período fue Kwame Nkrumah (1909-1972), quien lideró la independencia de Ghana (antigua colonia británica de Costa de Oro) en 1957, iniciando así el proceso de descolonización continental.

Cinco años más tarde, el 25 de mayo de 1963, los 23 estados africanos independientes en ese momento fundaron en Addis Abeba (Etiopía) la Organización para Unidad Africana con el objetivo, entre otros, de coordinar la lucha contra el colonialismo y los regímenes racistas.

La dimensión continental quedaba así sellada, al comprometer a los países libres del yugo colonial en la liberación de África: la OUA desempeñó un papel importante en el apoyo material a los movimientos de liberación nacional y en la denuncia en foros internacionales de los regímenes que negaban la ciudadanía a las poblaciones africanas. De hecho, una vez liquidado el último bastión del colonialismo con la supresión del apartheid en Sudáfrica, la OUA se disolvió y dio origen a una nueva institución continental, la Unión Africana, compuesta por 55 estados miembros.

En definitiva, África es una invención que funda su unidad en la reivindicación de las tradiciones de lucha contra la esclavitud, el racismo y la dominación colonial. Para nosotros, argentinos y latinoamericanos, puede ser una invención estimulante.

*Sergio Galiana es Profesor de Historia (UBA) y Magister en Relaciones Internacionales (FLACSO). Es docente e investigador de la UNGS, a cargo de la asignatura Historia de África del Profesorado en Historia y del Seminario de Historia de África contemporánea de la Maestría en Historia Contemporánea. También se desempeña como docente de grado y posgrado e investigador en las universidades de Buenos Aires y Quilmes.