Nunca fueron dos demonios
Por Emilio Crenzel*
Los orígenes
El 13 de diciembre de 1983, tres días después de asumir la presidencia de la Nación, el presidente constitucional Raúl Alfonsín dictó los decretos 157 y 158 mediante los cuales ordenó enjuiciar a siete jefes guerrilleros y a las tres primeras Juntas militares de la dictadura que gobernó entre el 24 de marzo de 1976 y el 10 de diciembre de 1983. Las cúpulas guerrilleras serían enjuiciadas por su actuación desde 1973 hasta 1983 mientras las Juntas militares por los actos cometidos en la “represión del terrorismo” tras el golpe de Estado. Así, condenaría por un lado a quienes habían desafiado al monopolio estatal de la fuerza y por el otro a quienes, detentándolo, lo usaron ilegalmente.
Los decretos diferenciaban la legalidad y la legitimidad de quienes habían instrumentalizado la violencia. La guerrilla se entendía como causa de la represión estatal y, de hecho, era el único actor acusado por la violencia previa al golpe, aunque también serían juzgadas sus acciones tras él. En cambio, el examen de la metodología ilegal usada por las Fuerzas Armadas para combatirla -que, según el texto del decreto 158 “impidió establecer culpabilidades e inocencias”- se acotaría al período abierto tras el golpe de Estado de 1976, excluyendo su intervención bajo el gobierno constitucional de María Estela Martínez, viuda de Perón.
Esta lectura de los acontecimientos adjudicaba a las cúpulas de dos actores -sólo siete guerrilleros y los nueve miembros de las tres primeras Juntas militares- la responsabilidad total de la violencia política. Explicaba la violencia de Estado, aunque no sus procedimientos, por la violencia guerrillera, obviando las responsabilidades políticas y morales de las corporaciones económicas, políticas y religiosas. La “sociedad” inocente había sido víctima de ambas violencias. De allí que fuera bautizada como la “teoría de los dos demonios”.
La responsabilización exclusiva de las cúpulas de la guerrilla y de las Fuerzas Armadas y el manto paralelo de inocencia tendido sobre el resto de la sociedad fue fruto de una decisión meditada: la democracia funcionaría, a partir de entonces, como la frontera que, en oposición a la dictadura, aseguraría que los crímenes no se repitieran. Por ello, no se inculparía al peronismo por sus responsabilidades en la violencia estatal previa al golpe, ni se examinarían las responsabilidades de la Iglesia y de las corporaciones económicas o sindicales.
La CONADEP
La creación de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), que tenía por meta investigar el destino de los desaparecidos y estaba integrada por personalidades de la sociedad civil (entre ellas Ernesto Sábato, miembros de los organismos de derechos humanos, diputados radicales y asesores del gobierno) supuso nuevas utilizaciones de esta teoría.
La primera de ellas sucedió el 4 de julio de 1984, en el programa televisivo Nunca Más, a través del cual la CONADEP adelantó las conclusiones de su investigación. En su preámbulo, el Ministro del Interior, Antonio Tróccoli, sostuvo que el terrorismo subversivo antecedió a la violencia de Estado, a los que igualó por su “metodología aberrante” diluyendo, así, el status específico de la desaparición como crimen. Como corolario del programa, Sábato, presidente de la CONADEP, condenó a “la subversión que precedió al terrorismo de Estado” y caracterizó lo sucedido como “un crimen monstruoso, de lesa humanidad”, al tiempo que enfatizó: “Esto no es un problema político, como se suele argüir, esto es un problema ético y religioso; personalmente, creo que ha sido el reinado del demonio sobre la tierra”. Estos “actos demoníacos”, prosiguió, se cometieron “no ya contra los presuntos o reales culpables de algo, sino contra la inmensa mayoría de inocentes absolutos”.
Así, mientras Tróccoli igualó a ambos terrorismos, Sábato utilizó la metáfora del infierno y contrastó la “pureza” de las víctimas con la figura demoníaca de los perpetradores. Los organismos de derechos humanos criticaron a Tróccoli por su igualación de ambas violencias y resaltaron el papel de Sábato sin criticar la secuencia de la violencia que presentó, sus alusiones al demonio o su presentación de las víctimas. Incluso, solicitaron a la CONADEP copias del programa para difundirlo. Sólo Hebe de Bonafini, presidenta de Madres de Plaza de Mayo, criticó a Sábato por no mencionar que la mayoría de las víctimas “no eran ni niños ni adolescentes, sino hombres y mujeres que constituían la oposición política a la dictadura” reponiendo los compromisos de la mayoría de los desaparecidos durante el régimen militar pero omitiendo que, en su gran mayoría, sus militancias antecedían al golpe de Estado y no se restringieron a la oposición a las dictaduras sino que expresaban compromisos revolucionarios.
La segunda oportunidad en que las ideas y representaciones mencionadas se plasmaron por obra de la CONADEP fue cuando Sábato hizo entrega del informe al presidente Alfonsín, en la Casa Rosada, sede del gobierno argentino. En su discurso, Alfonsín, reiteró una metáfora que usó en la campaña electoral. Propuso que en el país “se combatió al fuego con el fuego” y que, por ello, “la Argentina fue un infierno”. A su vez, Sábato leyó pasajes del prólogo del informe y calificó a la represión como “demencial e indiscriminada”.
La tercera ocasión fue cuando la CONADEP publicó el Nunca Más. Su prólogo reproduce la interpretación de la violencia que se había esbozado en los decretos 157 y 158, limitando la conflictividad en la sociedad argentina al enfrentamiento armado entre la guerrilla y las Fuerzas Armadas. Sin embargo, se distancia de la equiparación que había propuesto Tróccoli y remarca, por el contrario, la diferencia de naturaleza entre los “delitos de los terroristas” y “un terrorismo infinitamente peor que el combatido” que, ejercido por las Fuerzas Armadas desde el golpe, produjo un “crimen de lesa humanidad”. Simultáneamente, el prólogo propone que “la sociedad” era ajena e inocente de lo que estaba ocurriendo y retrata a los desaparecidos como un universo amplio e indiscriminado pero que excluye a la guerrilla: “Todos, en su mayoría, inocentes de terrorismo o siquiera de pertenecer a los cuadros combatientes de la guerrilla”. Así, reproduce la distinción entre inocentes y culpables (los terroristas) de los decretos de juzgamiento, pero introduce un criterio de proporcionalidad al interior del universo de las víctimas. En síntesis, el prólogo postula a “la sociedad” y a los desaparecidos como víctimas inocentes de la violencia estatal.
Metáforas
El prólogo, además, retoma la metáfora del infierno y del demonio. Califica al sistema de desaparición como una “tecnología del infierno”, aunque luego sostiene que el sadismo de los perpetradores no excluyó la regimentación de sus prácticas y subraya la responsabilidad orgánica de los altos mandos de las Fuerzas Armadas en el diseño del sistema criminal. Con igual sentido, caracteriza como “caza de brujas o endemoniados” la persecución dictatorial, a la cual califica de “demencial”, fruto de un “delirio semántico” proponiendo, al igual que el decreto de juzgamiento de la Juntas militares, el carácter difuso de la frontera que, para las Fuerzas Armadas, comprendía la subversión y la “irracionalidad” que guió su persecución.
Finalmente, la alegoría del infierno es usada para referir al universo de los centros clandestinos, las terribles violaciones que sufrieron allí los desaparecidos y la condición de los sobrevivientes. Así, el prólogo reproduce la leyenda del portal que, según la Divina Comedia de Dante, se encontraba en la entrada del infierno (“Abandonad toda esperanza los que entráis”), esta vez oficiando como metáfora del desamparo de los desaparecidos en los centros clandestinos. Califica de “suplicios infernales” a los diferentes tipos de tortura a los que fueron sometidos y subraya la importancia de los testimonios de quienes “pudieron salir de ese infierno”, en referencia a las declaraciones de los sobrevivientes que le permitieron a la CONADEP reconstruir el sistema de desaparición.
El uso de estas metáforas en el prólogo se reproduce en el cuerpo del Nunca Más. La CONADEP retrata como “verdaderos infiernos” a los centros clandestinos, caracteriza como “descenso a los infiernos” a sus efectos en mujeres y niños, califica como “diabólica directiva” las desapariciones y como “prácticas diabólicas” la destrucción de los cuerpos de los desaparecidos asesinados. Sin embargo, tras ello, explica los móviles racionales que impulsaban estas prácticas.
Elsa Drucaroff interpretó el uso de estas metáforas como una “abstracción de las relaciones sociales e históricas” y un “reemplazo de esas fuerzas vivas, comprensibles, entramadas en una lucha política, por sujetos abstractos o no-humanos”, en un proceso paralelo a la “angelización” de las víctimas que había planteado Sábato. Sin embargo, esta abstracción y la construcción de la figura de la “víctima inocente” reconocen una genealogía en las propias denuncias formuladas durante la dictadura. Además, la metáfora es usada retóricamente para luego ofrecerse una explicación racional y revela un uso compartido que trasciende a la CONADEP. En efecto, los propios sobrevivientes las utilizan en sus testimonios. Pedro Goin recuerda haber creído que “era la entrada al infierno” al arribar al “Pozo de Arana” en La Plata; Marta Candeloro afirma que “El infierno había comenzado” al narrar su paso por el centro clandestino la “Cueva” en la Base Aeronáutica de Mar del Plata; Eduardo Arias refiere a “aquél infierno” al relatar su cautiverio; Nelson Dean describe la tortura como un “marco diabólico” y Osvaldo Fraga afirma que vivió condiciones “infernales” en la Base Aérea de Morón.
Así, el Nunca Más propone una conjugación novedosa. Por un lado, reproduce en su prólogo la secuencia de la violencia entre los “dos terrorismos” y la idea de que la represión obedeció a la violencia guerrillera presente en los decretos de juzgamiento a las cúpulas guerrilleras y militares y, como su contracara, propone la inocencia de la sociedad y de las víctimas del “terrorismo de Estado”. Por otra parte, establece la diferencia cualitativa entre el sistema estatal de desaparición y la violencia “terrorista” e identifica de forma exclusiva, mediante la alegoría del infierno y los demonios, al crimen de Estado y a sus perpetradores. Quizás debido a estas tensiones irresueltas, el informe y su prólogo provocaron, y aún provocan, lecturas disímiles.
La “teoría de los dos demonios” ha revelado una especial capacidad de persistencia para interpelar el sentido común sobre el pasado de violencia política.
Sin embargo, esta teoría deja de lado el análisis complejo del proceso político y de los conflictos sociales previos al golpe de Estado, propone una falacia al postular que el plan sistemático de exterminio se dirigió exclusivamente para enfrentar a la guerrilla, omite los intereses materiales contradictorios que movilizaron a los diversos actores y las responsabilidades corporativas en la represión y en el exterminio. Desconoce, así, que la sociedad no fue ajena al conflicto político y a la violencia y silencia los compromisos políticos de quienes fueron las víctimas de los crímenes de Estado. Por ello, debatirla a partir de la construcción de conocimiento desde el campo de la historia y las Ciencias Sociales es un desafío abierto para poder afirmar, con mayor consistencia: Nunca Más.
Bibliografía
Acuña, Carlos y Catalina Smulovitz. “Militares en la transición argentina: del gobierno a la subordinación constitucional.” En Juicio, castigos y memorias, Derechos Humanos y justicia en la política Argentina, Acuña, Carlos; González Bombal, Inés; Jelin, Elizabeth; Landi, Oscar; Quevedo, Luis Alberto; Smulovitz, Catalina; Vacchieri, Adriana, Buenos Aires, Nueva Visión, 1995, 21-99.
Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), Nunca Más. Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, Buenos Aires, EUDEBA, 1984.
Crenzel, Emilio, La historia política del Nunca Más. La memoria de las desapariciones en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008.
*Es investigador del CONICET y Profesor de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Autor de los libros: La historia política del Nunca Más: La memoria de las desapariciones en Argentina (Siglo XXI, 2008 y 2014), obra traducida al inglés (Routledge, 2011 y 2017) al Francés (L´Harmattan, 2016) y al italiano (ed.it, 2016); Memorias enfrentadas: el voto a Bussi en Tucumán (Universidad Nacional de Tucumán, 2001) y El Tucumanazo (Centro Editor de América Latina, 1991 y Universidad Nacional de Tucumán, 1997 y 2014). Investiga y enseña sobre justicia transicional, derechos humanos y memoria. Es Co-Presidente de la Sección Historia Reciente y Memoria de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA).