¿Combatir la obesidad desde el sillón?
Por Santiago Olszevicki*
En los últimos días, una noticia sacudió el mundo del periodismo científico: investigadores españoles descubrieron que al eliminar la proteína MKK6 de ratones, se produce un aumento de la grasa parda y de la UCP 1, otra proteína, lo cual les da a estos animales efectos protectores contra la obesidad.
Paciencia. No espero que se haya entendido el inentendible párrafo anterior. Y como es habitual, los medios masivos de comunicación, aunque se ocuparon de transmitir la noticia como un soplo de esperanza para gordos, no hicieron el más mínimo esfuerzo para aclarar nada. Este es un problema general del periodismo científico: una noticia es, por definición, una novedad, y una novedad es, también por definición, un evento que irrumpe en un escenario de quietud y constancia y sugiere la existencia de alternativas hasta entonces impensadas. Para que algo sea percibido como una novedad es preciso que, primero, conozcamos en qué consiste el estado de quietud y constancia que precede a su irrupción. Si no conocemos cómo eran las cosas antes, las noticias científicas caen en saco roto y dejan de ser noticias. De modo que, para no repetir los errores del periodismo clásico, vamos a intentar que, al final de esta nota -la nota inaugural de las “Noticias explicadas” de este blog- se entienda qué es la grasa parda, qué es lo que descubrieron los españoles sobre la grasa parda y qué relevancia real tiene para el tratamiento del sobrepeso, una epidemia que afecta a casi el 40% de la población mundial.
Todos hemos incorporado -aunque más no sea teóricamente, a juzgar por el tamaño general de nuestras panzas– la idea de que el exceso de grasa tiene efectos muy negativos para la salud y que es un factor de riesgo para muchas patologías (distintos tipos de cáncer, enfermedades cardiovasculares, diabetes…). Esta idea es acertada, al menos para nosotros, humanos del siglo XXI. La grasa se almacena en el tejido adiposo, distribuido por todo el cuerpo, hasta ser requerida en los momentos de escasez de nutrientes. Para los animales que hibernan o que pueden pasar largos períodos escondidos de predadores sin comer nada, la grasa almacenada es “buena”. Contar con reservas de energía disponibles para que utilice el cuerpo cuando no hay comida en el medio ambiente o no se puede ni salir de la cueva del frío que hace afuera puede marcar la diferencia entre vivir o morir. Pero los humanos actuales no tenemos los mismos problemas que los osos polares: de hecho, en buena medida a causa de nuestro sedentarismo, nuestra facilidad para conseguir alimentos y nuestras pésimas dietas, solemos acumular y acumular energía en forma de grasa que nunca consumimos.
¿Cómo se da este proceso? Una vez que los nutrientes son digeridos y absorbidos, su degradación en moléculas más pequeñas (que ocurre en casi todas las células del cuerpo, pero especialmente en las del hígado) permite almacenar energía en forma de ATP, una molécula que funciona como el principal combustible para todos los procesos metabólicos. De la misma manera que una represa hidroeléctrica transforma la energía del agua que fluye en energía eléctrica, las células transforman la energía almacenada en los nutrientes que ingerimos en una forma de energía rápidamente disponible para su utilización. Así, si en la represa la producción de energía eléctrica está acoplada al fluir del agua gracias al trabajo de un “acoplador” (turbinas y generadores), en la célula la síntesis de ATP está acoplada a la degradación de los nutrientes en moléculas más pequeñas gracias, también, al trabajo de un “acoplador”: la muy elegante ATP SINTASA.
Como comemos más de lo que necesitamos, o gastamos menos de lo que comemos, hay un exceso de esas moléculas pequeñas producidas por la degradación de los nutrientes. Lo que ocurre entonces es que estas moléculas, mediante un proceso que necesita combustible, se transforman en grasa que se almacena en el tejido adiposo para ser liberada cuando haga falta. La mayor parte (99 por ciento en adultos y 95 por ciento en bebés) va al tejido adiposo blanco: la grasa presente allí se libera siempre y cuando el cuerpo necesite energía (por ejemplo, cuando hacemos actividad física: de ahí que ayude a bajar de peso) y se degrada siguiendo los mismos procesos que la comida que ingerimos. Ahora bien, un pequeño porcentaje de la grasa generada se acumula en otro tejido, el tejido adiposo marrón (BAT por sus siglas en inglés), que no le exige a su portador el espantoso sacrificio de dedicar dos horas por día a crossfit: “quema” grasa desde la comodidad del sillón.
El proceso por el que logra esto es increíble. Mediante una proteína (UCP1, o “Uncoupling protein”) desacopla la degradación de nutrientes de la síntesis de ATP. ¿Qué quiere decir esto? Volvamos al modelo de la central hidroeléctrica. Imagínese el lector que en la misma represa hiciéramos un gigantesco agujero por el que el agua pudiera escaparse antes de llegar al generador y a la turbina, de modo que la energía del agua que fluye no se transformara en energía eléctrica sino que se perdiera como calor. La UCP1 hace exactamente lo mismo al interior de las células: proporciona una vía alternativa para utilizar las grasas (“quemarlas”) sin generar ATP; en lugar de ello, se libera calor, una forma de energía que la célula no puede usar para, por ejemplo, sintetizar grasa después de una comida. Si un animal que hiberna quemara grasa sin producir, como consecuencia de ello, ATP, probablemente moriría más temprano que tarde, porque no le alcanzaría la energía obtenida para llevar adelante con éxito sus procesos metabólicos básicos. Pero a nosotros, que acumulamos más de lo que necesitamos, nos vendría bárbaro derrochar reservas energéticas (grasa) sin producir nada a cambio. Y eso es lo que hace la grasa parda.
De este modo, si se pudiera aumentar la cantidad de grasa parda o su actividad (que, recordemos, es ínfima en adultos), es razonable pensar que aumentaría la degradación desacoplada de grasa (o sea, la degradación de grasas sin producción de ATP) y, por tanto, sería una muy buena manera de combatir la obesidad.
Y acá es donde adquiere relevancia ese estudio de los españoles que, al principio, parecía inentendible. Acá es donde la ciencia se vuelve noticia. Los investigadores observaron que, en personas obesas, había mucha más cantidad de una proteína (la MKK6) que en personas no obesas. Eso los llevó a pensar que la MKK6 cumplía algún rol importante en el proceso de acumulación de grasa en el tejido adiposo blanco. Entonces se les ocurrió probar qué pasaba si, manipulando un poco los genes de ratones, se eliminaba esta proteína. Y resulta que los ratones que, por manipulación genética, carecían de la MKK6 tenían más tejido adiposo marrón y más UCP 1. O sea, con idéntico comportamiento, quemaban más grasa que el resto de los ratones. O sea, estaban, aunque sea parcialmente, protegidos contra la obesidad.
El descubrimiento es importante, claro, pero, como suele ocurrir, ni es la herramienta definitiva en la lucha contra la obesidad ni la solución última de nada. Aún estamos lejísimos de que el proceso pueda ser usado con seguridad en humanos. Es, por ahora, un gran avance en el conocimiento que tenemos de cómo funcionan estos mecanismos, que no es poca cosa. Y un blanco terapéutico potencial, como existen otros cientos, para intentar controlar una de las pandemias más extendidas de la historia, que afecta, hoy, a más de 3 mil millones de personas.
*Es estudiante de Bioquímica en la Universidad de Buenos Aires. Colaboró en investigaciones sobre estrés prenatal en ratas en el Instituto de Biología Celular y Neurociencias (IBCN) y actualmente investiga en el Laboratorio de Farmacología de Receptores del Instituto de Investigaciones Farmacológicas (ININFA). Es hincha de Ferro por culpa del hermano. Escribe para este blog por culpa del hermano.